miércoles, marzo 22, 2006

La desesperación de las letras

Estaba viendo la tele cuando oí un fuerte estruendo detrás de mí justo donde se alzaba la biblioteca. Me levanté extrañado y fui a comprobar que era. Una masa inconsistente de papel agonizaba a los pies de la estantería. La cogí entre mis manos y desmembrando sus partes pude adivinar que aquello había sido un libro, más exactamente "Crimen y Castigo". No supe encontrar una explicación lógica a tan extraño suceso.

A la noche siguiente, otra vez delante de la televisión, oí de nuevo ese ruido. Esta vez irónicamente, había sido "Anna Karenina" quien se había convertido en un matojo de papel deforme que yacía a los pies de sus compañeros.

Tras varías noches repitiéndose los hechos, me di cuenta de lo que estaba ocurriendo: los libros se estaban suicidando. Al principio fueron los clásicos, cuanto más clásico era más probabilidad tenía de estamparse contra el suelo. Más tarde comenzaron los de filosofía, un día moría Platón y al otro Sócrates. Luego les siguieron autores más contemporáneos como Hemingway, Dos Passos, Benedetti, Córtazar, Borges, Toole, Plath, Pavese, Rulfo ...

Mi biblioteca estaba desapareciendo a pasos agigantados. Había noches de suicidios colectivos y yo por más que me esforzaba, no conseguía encontrar un rasgo común entre las obras kamikazes que me permitiera saber cual iba a ser el siguiente. Una noche decidí no encender la televisión para vigilar atentamente los libros. Aquella noche no se suicidó ninguno.