Una mañana de domingo
Eufrasio saltó del campanario con la convicción del que está respaldado por
las leyes de la ingeniería. Se iban a enterar: Nadie más en el pueblo le
volvería a llamar "pajarraco" ó "cabeza de chorlito". El suelo se acercaba cada vez más deprisa y pronto llegaría a la velocidad crítica de sustentación y remontaría el vuelo.
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